martes, 15 de diciembre de 2009

A por las monteses de Teruel.



Por supuesto que Teruel existe....y es un auténtico paraíso, no solo por sus paisajes, sus gentes, su gastronomía y tantas otras cosas de las que no he podido disfrutar, sino también por ese otro tesoro cinegético que es la cabra montés.

Desde hacía mucho tiempo deseaba realizar un rececho a una pieza emblemática como nuestro macho montés. Un buen amigo me ofreció la oportunidad de realizar ese rececho soñado, siendo nuestro objetivo un selectivo sobre los 6 años.
En compañía de otros apasionados de la caza realizamos esta "excursión cinegética" a más de 800 kilómetros del hogar; una aventura nueva, en territorio desconocido, pero acompañado de buenos amigos, que es como mejor se disfruta de estas experiencias, tanto en la caza como en la pesca. Bien es cierto que he echado de menos a una persona cercana, que hubiese disfrutado tanto o más que yo, sin necesidad siquiera de efectuar un solo disparo. Ya habrá ocasión.

En Jaén me encontré con mi buen amigo Manuel, que venía desde
Huelva. Un desayuno rápido y a seguir hacia Aranjuez, donde nos encontraríamos con Justi, otro miembro de la expedición. A estirar un poco las piernas, un ratejo de charla y seguimos camino hacia Molinos, destino al que llegamos a las seis y media de la tarde del viernes, habiendo saboreado para almorzar un magnífico lechazo cerca de Guadalajara. Por el camino fui viendo referencias a "santuarios" de mi otra afición, la pesca, a los que debo también una visita, como Peralejos de las Truchas, en el Alto Tajo.

Ya en nuestro destino nos encontramos con Pablo y su padre, que habían llegado a media tarde. Efusivos abrazos, a dejar las cosas en el hotel.....y a tomarnos unas merecidas cervezas y una buena cena, charlando (como no) de lo que nos depararía el día siguiente.
La cena se alargó algo más de lo debido, pero ya se sabe que tampoco puedes descansar mucho cuando al día siguiente vas a ir de caza o de pesca. Los nervios y la incertidumbre te atenazan y te impiden el descanso.

Puntualmente a las 8 de la mañana comenzamos el rececho, divididos en dos grupos. Yo cazaría con Pedro, uno de los artífices del evento, mientras que Manuel y
Justi lo harían con Jesús, un joven del lugar, simpático y agradable, que ayuda en la gestión de las monteses.

Fuimos hacia la zona del acotado que pertenece al pueblo de Seno. Magníficas vistas desde lo alto de la cuerda que va paralela a la carretera que une los dos pueblos y que se dirige hacia Castellote. Pero las monteses no daban la cara. Solo al final del rececho vimos unas hembras justo al lado de la carretera. Se nos unieron allí Pablo y su padre, que tenían permisos para cazar dos hembras, y allí las rececharon y abatieron de dos precisos disparos.




















Tras estos lances nos dirigimos a otra zona del acotado, de forma que, además de recechar, pudiésemos conocer parte de las 9000 Has. que componen la zona de caza. Volvimos a Molinos, para coger la carretera que nos llevaría a la "gruta de los cristales", una cueva muy visitada pero que no tuvimos tiempo de conocer.
El cazadero era distinto al anterior, y la población de machos era mucho más patente. En la misma carretera se nos cruzó delante del coche un bonito ejemplar que seguía a unas hembras. A pesar de que el celo había sido tardío y muy corto, aún se veían algunos machos en sus quehaceres
reproductores.
















El macho se dirigía hacia la cuerda de los cortados a nuestra derecha. En esas alturas había además otros de buen porte y alguno que podría tener las características que buscábamos. Oteando las alturas vimos uno perfecto, a 200 metros, que nos observaba. No vi claro el tiro y Pedro, creo que con buen criterio, me hizo desistir de intentarlo. Era un tiro hacia arriba, con un ejemplar que ofrecía un blanco escaso y rodeado de medallables. También es cierto que "asustaba" la distancia, aunque realmente eran solo 200 metros, medidos con telémetro, un tiro normal en esta caza.

Continuamos carretera arriba, a una zona querenciosa para las monteses. En la casa de un pastor abandonamos el vehículo y empezamos otra vez a patear la sierra. Ningún macho se veía por la zona, salvo uno de unos 4 años, solitario y que se lo tragó la sierra, pues no volvimos a verlo a pesar de seguir en su dirección un buen rato. Las vistas desde la cuerda eran espectaculares, pudiendo hacer algunas buenas fotos en la ascensión.

En estas sierras se ven muchas siembras entre los cerros, lo cual explica la buena alimentación de que disponen aquí las monteses, dando unos crecimientos anuales (medrones) espectaculares. Este año por la sequía aún no había brotado el cereal, pero en años anteriores era fácil encontrar en estas zonas una importante aglomeración de cabras, siendo fácil localizarlas.

A pesar de nuestros esfuerzos no pudimos ver ningún ejemplar "tirable", por lo que bajamos hacia el sopié con intención de volver al coche por una senda entre los cortados.








Cerca del coche observamos como un ejemplar nos observaba desde las alturas, y parecía reunir las condiciones para rececharlo. Pero fue un ver y desaparecer , presintiendo quizás que no teníamos buenas intenciones.
En el coche nos esperaba el padre de Pablo, que había bajado un rato antes y que por desgracia había sufrido un esguince grave en el tobillo derecho.
Cuando más tarde llegamos al pueblo no pude vendarle la lesión por haber cerrado ya la farmacia, por lo que solo pudo tomar algún antiinflamatorio que siempre me acompaña, a la espera de llegar a Madrid, donde tuvieron que escayolar la articulación. Percances normales en la caza, pero que por suerte no fue más grave.


Pero sigo con el relato. Al encontrarnos con el padre de Pablo vimos unas monteses ramoneando por una zona ya explorada cuando subíamos. Parecía que esta vez si era factible aproximarnos, pues estaban lejos y tranquilas, contando con la ventaja de tener entre ellas y nosotros un cerrete que nos permitiría acercarnos sin ser descubiertos. Así que manos a la obra. En el grupo estaba el macho que cumplía con nuestras expectativas, así que el pulso ya estaba acelerado. Poco a poco le íbamos ganando distancia, pero traspusieron al otro lado del cerro, por lo que tuvimos que acelerar el paso para intentar cortarles la subida a un cortado más alejado donde iba a ser difícil seguirlas.

Cuando coronamos por donde habían estado las monteses estás habían desaparecido, o eso pensábamos, pues estaban fuera de nuestra vista tapadas por unos pinos a nuestros pies, realmente cerca. Pedro las había descubierto y me indicó que bajara a su derecha y me preparase. Yo seguía sin ver al macho y con dificultades para tener un apoyo con cierta garantía. Sentado y con el codo apoyado en la rodilla vi como nuestro objetivo iba saliendo de los pinos y se colocaba a unos 100 metros en diagonal, dándonos la espalda. Lo metí en el visor, esperando las intrucciones de Pedro. "Tírale ". Monté el pelo del rifle y disparé. "¿Ha caído, Pedro?" "si, seco". Con el disparo había caído tras el pino, por lo que no lo veía, así que me tranquilicé con las palabras de mi acompañante. Bajé un poco y lo vi moviéndose un poco. No dimos un gran apretón de manos y fuimos en su busca. Cuando estábamos a escasos metros del bicho, éste se levantó y pasó por mi derecha. Tras el disparo no había regulado los aumentos del visor, que seguía en 12x, por lo que no podía meterlo en el tubo para rematarlo. Por fortuna el macho de tumbó en unas matas, ofreciéndome un blanco fácil de abdomen, que no desaproveche. Cuando llegamos al lugar observamos como el primer tiro le había dado alto, en la parte baja detrás del cuello. No creo que fuese un calentón de agujas, si bien no estaba muy bien colocado. El trofeo era muy bonito, simétrico, con unas bases gruesas y que una vez en casa dieron 55 cms. de largo cada uno de los cuernos y 23 cms. cada base. La verdad es que sentí una gran satisfacción tras el lance tan bonito que había vivido, si bien algo molesto con un disparo tan mal colocado. Me encontraba henchido de alegría y satisfecho, muy satisfecho.

Mientras tanto, mis dos compañeros de aventura seguían pateando la sierra con Jesús sin haber podido localizar un macho bonito.
Nos fuimos al hostal a almorzar, habiendo ya cumplido mi objetivo. A los postres se presentaron Manuel y Justi que solo querían un bocadillo para seguir en danza. Como ya no tenía que cazar más, Manuel se fue con Pedro, acompañándolos yo, ya descargado del peso del rifle, con la intención de seguir disfrutando del rececho, aunque no fuese el mío.


Al poco rato de comenzar a andar por la sierra vimos un bonito macho con algunas hembras. Parecía cumplir, pero Pedro prefirió seguir recechando, a pesar de que Manuel lo tenía bien metido en el visor.
Un poco más adelante descubrimos a Justi y Jesús, que andaban trasteando por el sopié del monte que estábamos cazando por la cuerda.
Al poco de verlos se levantó delante nuestra un rebaño de machos, todos de buen porte, pero que no nos dio ni tan siquiera la oportunidad de fotografiarlos.

Continuamos recechando y seguíamos sin descubrir el objetivo, porque monteses si que vimos, pero todas con un trofeo muy superior al que perseguíamos.

La tarde iba cayendo y las condiciones de luz iban empeorando. Un poco angustiados por no poder rematar la faena el sábado, y solo con unas horas del domingo por delante para poder cazar lo que tanto habían perseguido, el pastor de la zona nos informó que había visto unos machos cerca de su redil, donde habíamos dejado los coches por la mañana, al lado de donde yo había cazado mi ejemplar.



Hacia allí nos dirigimos y, ya casi de noche, vimos un macho para Manuel y otros dos para que Justi también pudiese tirar. Manuel, tras un soberbio disparo con su nuevo rifle, abatió su ejemplar, si bien resultó ser algo más pequeño que lo que inicialmente habíamos calculado que tendría, pero en esas condiciones de poca luz era difícil hacer una correcta valoración. ¡¡¡ Cuanto nos acordamos del macho que no tiramos por la tarde !!!!.

Por su parte Justi, aunque disparó, no logró cazar ninguno de los dos ejemplares que tenía en su tiradero, pero bien es cierto que su visor no era el óptimo para un rececho, amén de que parecía que no estuviera bien centrado, como pudimos comprobar al día siguiente.

Con la noche cerrada, Manuel cobró su trofeo y volvimos al pueblo a descansar de la paliza que nos habíamos dado. Una cena rápida y a la cama, que yo estaba seguro de dormir como un lirón, como así fue. Mis compañeros, sin embargo, no tuvieron tanta suerte, debido a las "compañías" de las habitaciones adyacentes que no les permitieron un sueño reparador.

Un poco angustiados por el poco tiempo que teníamos para cazar el domingo, por el frío que presagiaba lo que habría de venir tras el fin de semana, y por el malestar físico que sentía Manuel, comenzamos un nuevo rececho con el único objetivo de cazar el macho de Justi y, si lo hacíamos rápido, intentar cazar un par de hembras que también entraban en el lote.

A pesar de que a las 8'30 ya habíamos localizado un macho, la cosa se complicó por no poder abatirlo, pues los disparos de Justi no eran certeros. O altos o bajos, lo cierto es que el objetivo salió indemne. Rápidamente Pedro fué a buscar su rifle al hostal pues el de Justi, como sospechabamos, no estaba bien centrado.
Lógicamente, cambiamos de cazadero, yendo a una nueva localización que ninguno habíamos pisado el día anterior. Nada más llegar un orazo nos estaba dando la bienvenida, pero faltaba por descubrir si estaba acompañado de un congénere algo más modesto. Y allí estaba.

Rápidamente organizamos la entrada, intentando aproximarnos a él por su espalda, de forma que pudiesemos subir hasta su altura por un cerro aledaño no muy alejado, que le permitiese un tiro a unos 200-250 metros, subiendo además por un pinar que nos mantendría a cubierto. Dicho y hecho. Por el cauce de un arroyo, entre unos cortados y fuera de las miradas de las monteses, pudimos colocarnos en una muy buena posición y con un buen apoyo, que facilitase el disparo de un ciertamente desolado Justi. Poco a poco el macho, que estaba justo donde lo queríamos, fué mejorando su posición y después de unos larguísimos minutos de espera fué abatido por un magnífico disparo, efectuado con el .270 de Pedro. Secundó al primero con un nuevo disparo, a pesar de que el primero era de codillo perfecto. Todos dimos la enhorabuena a nuestro amigo, que se encontraba rebosante de alegría. La faena la había rematado a lo grande en un meritorio lance en el que todos fuímos partícipes. Solo restaba cobrar el trofeo, en lo que se tardó una hora larga, pero es que el cobro era complicado. Con los deberes hechos llegamos a Molinos a las 11'30, tiempo de recoger el equipaje y salir zumbando para nuestros destinos, pues la previsión meteorológica avisaba de fuertes nevadas en la zona. De hecho estabamos a -1ºC y algunos montes cercanos amanecieron nevados....y aún nos quedaban 800 Kms. por delante.

Un fin de semana lleno de muchas sensaciones: alegría por mi resultado personal y la "compaña", desasosiego por la incertidumbre hasta el último momento, preocupación por la salud de mis acompañantes, paz por la caza en un marco tan incomparable, respeto por la muerte de tan bellos animales que nos deparan estas jornadas de tanto esfuerzo físico y mental y que son la esencia de la caza, tranquilidad y sosiego por estar inmerso en tanta belleza de la naturaleza.....