lunes, 10 de octubre de 2016

Bricolaje en el Toyota Landcruiser corto

El maletero del Toyota , dadas sus reducidas dimensiones, no permite un exceso de equipaje cuando cazas, sobre todo si van 2 ó 3 personas con sus herramientas, perros y demás enseres.
He estado dándole vueltas al problema y aunque inicialmente me decanté por un transportín externo en la bola del remolque (tipo Tow Box) tuve que desistir porque la rueda de repuesto del portón trasero limita su funcionalidad. Ni pensé siquiera en un remolque con ruedas por lo que ocupa de espacio y la incomodidad que supongo para los canes.

Algunos amigos han fabricado modelos acordes con sus necesidades y el tamaño de sus perros. Gracias a su ayuda he podido diseñar este transportín, bastante cómodo para el can y que permite sin grandes apreturas llevar escopetas, agua, chalecos y demás archiperres. Entre otras cosas evitas manchar el maletero con pelos, barro y suciedad de los perros y, lo más importante, es desmontable, de quita y pon, por lo que si no lo necesitas vuelves a colocar la bandeja de maletero y asunto arreglado.

Los materiales son fáciles de conseguir y baratos; cortes de chapón marino, bisagra de piano, cola para madera, cola para moquetas, pegamento de contacto, pavimento de caucho o plástico, tirafondos y moqueta.
El coste total no ha superado los 80 euros y ha sido un entretenimiento gratificante y pienso que es una buena solución para cualquier tipo de vehículo, sólo hay que realizar un diseño válido.

En el vídeo aparece una rejilla para evitar que los perros manchen el interior de la puerta trasera, pero la he quitado por no ser necesaria.

Espero que os guste.




jueves, 11 de agosto de 2016

Barbos en el estío

Ayer el día amaneció algo más fresco de lo normal por estos pagos. Tras unos días de intensísimo calor parece que Agosto da una tregua.

Hacía ya muchas semanas que no remojaba las imitaciones que en tan ingente cantidad había montado con la esperanza de tener un buen año de pesca. 
Prohibición de sueltas en el coto truchero intensivo que frecuentaba, prohibición de pesca en embalses cercanos a casa por la presencia del mejillón cebra, salvo en zonas delimitadas, de escasa longitud y "feas" para la cola de rata... Visto el panorama no queda otra que acudir al tramo de río que con más frecuencia visito, con buena población de barbos pero que cada vez son más selectivos.





Todavía con buen caudal a pesar de lo avanzado del verano, se veían bastantes torpedos deambulando por los remansos y en algunas correntías, escasas ya.
Imaginé que el escarabajo o el grillo podían ser buenas elecciones, si bien no se veía ninguno comiendo arriba.
Monté un bajo del 18 y una imitación de escarabajo de foam.

Ante la indiferencia de mis objetivos, a pesar de utilizar varias imitaciones flotantes, decidí cambiar a una ninfa no muy plomada, de lento hundimiento gracias al saco alar de foam.

Lance a un pequeño grupo de barbos a la sombra de unos carrizos. Fue caer y uno de ellos se dejó engañar por la imitación. Veloz carrera y a contener el ímpetu de la picada hasta cansarlo y poder llevarlo a la sacadera. Eran las 7 de la tarde y no empezaba mal, por lo menos ya había tocado escama. Foto y devolución al río.



Tras esta captura todos los barbos de la zona desaparecieron, asustados tanto por mi presencia como por las carreras del torpedo capturado. 

Busqué otro apostadero, en esta ocasión en una corriente que desaguaba a una poza tapada por un enorme taraje y muchos troncos sumergidos. En la corriente se veían claramente varios buenos ejemplares alimentándose entre las piedras. Lanzar no iba a ser difícil, pero si que iba a ser complicado impedir que la captura se abrigase en la poza, donde una rotura era lo más probable. Y así ocurrió. Buen lance y noto un leve desplazamiento de uno de los barbos, doy el cachete y mi adversario corre como loco a resguardarse en la poza. Saca línea sin dificultad hasta que logro controlarlo, por poco tiempo porque, como temía, rompió en bajo con algún tronco o roca sumergida.

Reposo un ratito, echando un cigarro a la sombra de los eucaliptos, esperando que los barbos volviesen a salir a la corriente y pensando como entrar de nuevo y evitar lo ocurrido antes.

A los 15 minutos la corriente está nuevamente repleta de barbos pero no veo posibilidad de tener éxito. Lo intento con un lance más alejado, dejando derivar la imitación e intentar darle menos tiempo al pez para que se oculte. Estoy bien tapado por unos carrizos así que regulo la dureza del freno y lanzo. Al cuarto intento un barbo sucumbe de nuevo a la imitación pero rompe el bajo de forma casi instantánea. No hay manera.

Cambio de lugar, río abajo, andando inmerso en cavilaciones sobre los lances ocurridos. Veo otro grupo de barbos deambulando por el río, acercándose a otra pequeñísima corriente en una gravera con medio palmo de agua, donde además observo varios barbos con la aleta dorsal en superficie. Lanzo hacia ellos y engancho uno, que tras una bonita pelea puedo acercar a la orilla. Ni que decir tiene que de nuevo han desaparecido todos los barbos de la zona. Son las 8'30 y decido volver al coche. Sé que a partir de esta hora es cuando se tienen que activar, sobre todo para pescarlos a seca pero estoy bastante cansado y obligaciones familiares me obligan a ello.

Ha sido una corta pero bonita tarde, en la soledad del río, solo acompañado por el rumor de las aguas.

















lunes, 1 de agosto de 2016

Rondeño en mi coto

Es muy difícil expresar las sensaciones y la satisfacción que sentí a finales de noviembre pasado cuando cacé mi primer macho montés en los terrenos de mi coto social, el coto donde me inicié como cazador y que tantas alegrías venatorias me ha proporcionado. 
Sin duda, el rececho de este macho será siempre un recuerdo imborrable, y muestra del agradecimiento que le tengo a esta sierra que tantas veces he pateado, a veces sin resultados,  pero que siempre me ha sorprendido tanto por su belleza recóndita como por su dureza, y que sin duda merece mucho respeto.

Siempre había recechado hembras, no por ser más fáciles de cazar, sino por no tener la certeza de poder abatir un buen macho.
Aunque alguno ya se había cazado, incluso se habían visto algunos buenos trofeos, me parecía una empresa complicada, que requería además de fortuna un subir continuo a la sierra y dar con un buen ejemplar, pues no suelen permanecer por el terreno mucho tiempo.

Fuí agraciado con uno de los permisos del coto, así que el día señalado subí junto con uno de los guardas, Miguel, nuestro amigo Chema y mi hermano de pólvora, a buscar mi ansiado trofeo, he de reconocer que un poco incrédulo.






Comenzamos la ascensión siguiendo los mismos pasos que cada vez que recechamos, pero divididos en dos grupos para intentar otear mayor extensión de terreno.
Comenzaba a despuntar el sol por la cresta de Peñarrubia, dándonos de frente y dificultando la visión de las terrazas en umbría, además de estar bastante expuestos a la vista de las monteses. Comentaba con mi compañero que como saliese un macho enfrente no lo iba a poder tirar por el dichoso sol.




En un pequeño descanso que hicimos para otear nuestros alrededores, veo una hembra mucho más abajo, a nuestra derecha, comiendo tranquilamente en una cañada cuya salida estaba justamente delante nuestra.
A su lado, casi invisible por la maleza, veo un macho que me parece muy bueno, pero que no distingo bien por la lejanía. Se lo indico a Álvaro, que me hace señas de que es muy bueno. Vuelvo a enfocarlo y estoy conforme con su apreciación. Ahora...¿cómo le entramos?. Está muy bajo, en la umbría y nosotros a pleno sol y encima de él. Un disparo tan largo (más de 500 metros) no lo considero ni por asomo. Decidimos esperar a ver si el macho sube por la cañada hasta acercarse a un punto que permita asegurar el disparo, así que nos preparamos para la espera, yo colocando el rifle y mochila para tener un buen apoyo, además de medir las distancias hasta donde asegurar el disparo, y Álvaro sin perderlo de vista. El sitio más alejado estaba a 250 metros, culminando una cresta enfrente. Si todo salía bien podría disparar a 100 metros.

Poco a poco el macho va subiendo, muy lentamente, aunque confiado.


Lo tengo en la salida de la cañada al llano, unos 100 metros, cuando decido encararlo. El sol no me permite verlo con claridad: se mete luz en el visor y no me permite apuntar con garantías. Disparo y no toco pelo, pero al macho solo se le nota sorprendido. Vuelvo a encarar y el mismo problema: no lo veo con claridad. Se ha alejado un poco de nosotros, hacia la umbría de enfrente, pero lo tengo cerca aún. Vuelvo a disparar y nuevo fallo. Los nervios empiezan a pasar factura. Emprende ya veloz carrera para perderse en la cresta. Solo me va a permitir un nuevo disparo. Me tranquilizo, monto el pelo y lo voy siguiendo intentando minimizar el efecto del sol enfrente hasta que lo veo en un claro a punto de trasponer la cuerda. Disparo, sin verlo con claridad,  y veo que cae hacia atrás. Álvaro no daba crédito, incluso estaba más nervioso que yo.


Medimos la distancia del disparo y marcaba 235 metros. Gran tiro, sin duda, aunque tendría que haber acertado antes.


Llamamos a nuestros acompañantes e hicimos las fotos de rigor, todos inundados de alegría tras haber dado caza a este buen macho: 8 años, 63 cms. de largo y 23 cms. de bases.


























Por tierras de Palencia

Ante todo pedir dsculpas por mi larga ausencia, por si hubiese algún seguidor de mi blog.

Durante este tiempo de silencio me han ocurrido muchas vivencias, que intentaré subir en próximas fechas. Algunas de estas vivencias la  hemos soportado (y aún lo hacemos) los aficionados a la caza y a la pesca, llámese legislación sobre especies alóctonas.


Este año decidí subir a cazar por nuevos pagos; tierras palentinas desconocidas cinegéticamente, pero que me han sorprendico por su riqueza histórica y cinegética, amén de sus bellos cotos de pesca que no he podido conocer, aunque algún amigo bloguero me recomendó. Ya habrá lugar.


He tenido que subir en dos ocasiones: La primera en Abril, casi iniciada la temporada de caza de los duendes. Vimos una buena población de corzos, quizás exceso de hembras, pero no pudimos abatir ninguno. Siempre hay excusas para los fallos y en este caso no va a ser menos: mi acompañante no tenía centrado su rifle y el que les escribe se dejó llevar por la precipitación, cometiendo fallos de cazador novel. En fin dos corzos fallados por cada uno. No hubo tiempo para más, cinegéticamente hablando, pero si que lo hubo para conocer lugares históricos que nos sorprendieron, como la Villa Romana de la Olmeda, auténtica joya histórica perfectamente conservada, el casco antiguo de Saldaña, casas señoriales, museos...y su gastronomía, que nos satisfizo plenamente en sus originales restaurantes, además de conocer varios tramos de pesca, tanto intensiva como acotados, en el río Carrión.









En nuestro segundo viaje, y gracias a la gentileza de nuestro anfitrión, nos hospedamos en una preciosa casa rural, cercana al área de caza y que nos ha permitido un descanso más amable que en el hostal que ocupamos en nuestra primera visita.
No íbamos muy convencidos de nuestro éxito, pues ya nos comentaron que había poco celo y los corzos no se dejaban ver.
Nada más llegar a nuestro destino, y tras organizar alojamiento, accedí con nuestro guía a efectuar un rececho a pesar de lo tardío del horario y del cansancio del viaje. Mi acompañante desistió y quedó en el alojamiento para refrescarse y descansar. Quedaban cuatro días por delante y no había porqué precipitarse, pero a uno lo llama el monte y no se puede resistir.



 Las siembras ya nada de tenían que ver con Abril. Del verde de los incipientes brotes primaverales habíamos pasado a inmensas extensiones de cereal por recolectar, trigo, cebada, alfalfa...y pequeños veneros que aún tenían agua en buena cantidad, permitiendo una buena población de codornices que acudieron al reclamo sin dudar.
Corzos se veían pocos. Después de una larga hora de rececho por lindes donde en primavera los vimos sin problema, ahora se mostraban esquivos y solo pudimos ver una hembra con su corcino.
De vuelta al coche, con muy poca luz, adiviné algo moviéndose paralelo a un arroyo, a más de 200 metros. Ángel lo valoró y me dijo que merecía la pena intentarlo.
Me tumbé en el rastrojo y pude centrarlo en la mira con un buen apoyo, gracias al bípode recientemente adquirido. Primer tiro fallido, pero el corzo no se inmuta y permite un segundo disparo que esta vez es perfecto. Ahora a buscarlo...
Hecho un ovillo y camuflado perfectamente en el terreno, además de la oscuridad y la larga distancia del disparo, nos costó más de media hora dar con él.
A pesar de la incertidumbre el viaje empezaba bien. Corzo completo, con largas luchaderas, aunque corto. Buen perlado y bonito lance. Satisfecho.




Al día siguiente decidimos realizar esperas en lugares querenciosos y solo intentar la aproximación recechando si veíamos algún corzo interesante.
En una de esas esperas pude completar mi cupo, pues me entraron al puesto con el reclamo dos corzos, que no quise disparar por no tener un trofeo adecuado. Uno de ellos estuvo a escasos 10 metros de mi posición y pude distinguir su trofeo con total claridad. El otro un corzo muy joven que se acercó como poseído al reclamo desde más de 500 metros. 


Pedro, sin embargo, no tuvo tanta suerte y no pudo ver ningún corzo hasta el sábado, cuando abatió el suyo en un lance memorable que tuve la suerte de disfrutar en la distancia, observando los movimientos de mis dos compañeros de caza y que realizaron un rececho con auténtica maestría en un lugar bastante complicado, y a pesar de las dificultades que tanto el disparo como la aproximación entrañaban para mi compañero de excursión. Satisfacción total.




Con los deberes a medio cumplir, pero satisfechos de la experiencia corcera, sin agobios horarios y disfrutando plenamente del campo, volvimos a casa, disfrutando cada lance y cada momento vivido. Hemos disfrutado mucho, lo hemos pasado muy bien y encima hemos recechado dos bonitos corzos palentinos.
Yo volveré, pero además cargado de moscas y cañas, porque Palencia es lo que más se parece a mi soñado paraíso.